VOLVER A MORIR

Hoy le confesé a mi profesor de natación que estaba convencida de que mi miedo (mi pánico) al agua estaba directamente relacionado con la manera en que morí en una encarnación anterior (ahogada). En un primer momento se quedó mirándome sin alterar su expresión; durante los segundos que tardó en procesar la información yo lo observaba y trataba de imaginar lo que estaría pensando.
De repente, la boca –que hasta ese momento estaba quieta, se movió y dibujó una mueca, los ojos se iluminaron y las cejas se alzaron formando un arquito (dos arquitos). Después sacó uno de los brazos del agua y, agitándolo de uno a otro lado, le gritó lo que yo le había comentado al viejito que venía nadando en la línea de atrás. Para rematar, vociferó: “¡Javier! (Javier es otro de los que sabe nadar), ¡vení para acá porque cuando escuches lo que tengo para contarte, te vas a querer matar!!”.
A mí todavía me faltaba decirle que, si no me animo a ir con él a la parte profunda, es porque me parece que el tapón que contiene el agua de la pileta se puede desajustar; en ese caso, mi cuerpo correría el riesgo de ser aspirado por el torbellino que se formaría durante la inesperada (y violenta) evacuación.
Sé que debe sonar un poco exagerado pero, verdaderamente, me aterra saber que existe la posibilidad de pasar el resto de mis días atascada adentro de una cañería.
Muerte pública. Como sabía que los minutos que seguían iban a ser de juerga y mis temores -aunque probablemente infundados, eran y son serios, en cuanto Javier enfiló para mi anda nivel, agarré mi tablita y me fui pataleando hasta la boya que estaba más lejos de ese lugar.